Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando como pasa la vida, como viene la muerte, tan callando. Cuan presto se va el placer, cómo después de acordado, da dolor; cómo a nuestro parecer, cualquier infancia pasada fue mejor. La mía en particular son recuerdos de un patio de Sevilla y un salón diáfano en donde maduraba una amistad latente que no tardaría en florecer.

Aún recuerdo con claridad la primera vez que vi a Ivan Rakitić sobre el césped. La alegría de la magia de su juego de prestidigitador se grabó en mi retina. Disfrutaba de su arte puro, libre, irreductible. Este no emanaba de las islas, los palacios o las torres, ni se disfrazaba de otro, sino que representaba el atractivo hechizo del deporte en estado puro. Conseguía que durante la fantasía de los 90 minutos mi conciencia ingenua viviera en el perfecto mundo de los pronombres: éramos solo él y yo. Aquel hombre extranjero, ligero de equipaje y a un balón pegado, me encariñó irremediablemente con el país verde y herido en el que desempeñaba su arte. Enternecido por su gloria, no intenté, pude ni quise aburrirme de mi nuevo amigo, que no era otro que el fútbol. Solo él conseguía impresionarme de forma que cuando creía que conocía todas las respuestas, de repente, cambiaban sus preguntas.

Me gustaba el fútbol porque en cada partido todo era diferente, excepto la inefable gracia de su pasión infinita. Me gustaba oírlo cuando rugía con su vehemente frenesí y también me gustaba cuando callaba, porque nunca estaba ausente. Me gustaba porque era tan blando por fuera que se diría que era de algodón, porque siempre volvía como las oscuras golondrinas y sobre todo, me gustaba porque era la única guerra después de la cual no había que limpiar. Mi amigo el fútbol pasó a estar en todo, porque el nunca me abandonou, foi el la sombra que sempre me asombras. Sin embargo, esas extraordinarias facultades de mi amigo ahora solo viven en mi memoria. Creo que hablo de buena fe por mí mismo y por más de un querido lector cuando declaro que hace tiempo que no encuentro al fútbol que conocí.

El balón dejó de ser su tesoro y su Dios la libertad cuando fue devorado por las feroces fauces del negocio, el espectáculo y el populismo, cuya mayor amenaza es el silencio con el que engulle a sus presas. Cuando veo un partido solo puedo acordarme de los bolsillos opulentos venidos de oriente, las catástrofes arbitrarias, los horarios colapsados y la marea diaria de polémicas absurdas, que me hacen preguntarme cuándo y en qué lugar perdí la pista del fútbol. ¿Dónde quedaron las alegrías del pueblo, los regates de ensueño, las noches mágicas y los ruiseñores que cantaban tangos felices encima de los fusiles en medio de las batallas por el gol? ¿En qué momento te perdiste por los árboles de ceniza y el polvo enamorado del camino? ¿Cómo voy a olvidarme de la calidez con que acunabas mis noches de ansia por tu gloria? ¿Dónde estás viejo amigo?

Siento ahora el alma apretada contra tu voz ausente. Las cenizas del recuerdo de tu fama enturbiaron mi espejo, vaciaron mi corazón sin remedio y me está envenenando la pasión y el respeto; ese con el que tanto llegué a quererte y con el que hoy me torturo. Quizás tenía razón Manrique, quizás siempre fuiste el mismo y tan solo cualquier tiempo pasado fue mejor, pero lo cierto es que no me rendiré tan fácilmente. Volveré a buscarte y cuando lo consiga, regresarán de una vez por todas las oscuras golondrinas que aprendieron con orgullo tu nombre.

Así pues, fútbol, quisiera usar estas líneas como mi particular clavo ardiendo. Entrecerraré los ojos para buscar en el vacío que dejaste la gracia de unas nuevas historias verdecidas; repletas de relatos épicos de héroes sin capa y pulgarcitos que desafían a gigantes coléricos. Rebuscaré entre los agravios de tu vejez mal pagada con el fin de hallar aquella remota semilla que plantaste en los recuerdos de mi infancia a tu lado. Lo haré así, amigo mío, antes de que te derribe con su dinero el comprador y te convierta en el producto triste de unos ricos sin escrúpulos, porque mi corazón cojo de ti, espera también hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera.

Poemas parodiados: Coplas a la muerte de su padre, Manrique. Retrato, Huye del triste amor y A un olmo seco, Antonio Machado. Negra sombra, Rosalía de Castro. Vivir en los pronombres, Salinas. Soneto a una nariz, Góngora. Hombre que mira a su país desde el exilio, Benedetti. Después de cada guerra, Szymborska. Canción pirata, Espronceda. Vientos del pueblo, Miguel Hernández. Llueve en este poema, Gabriel García Márquez. Amor constante más allá de la muerte, Quevedo. Oscuras Golondrinas, Bécquer. Me gusta cuando callas, Neruda.

Por telee04

Aspirante a comentarista. Fútbol champagne por bandera. "Non ridere, non lugere neque detestari, sed intelligere" Instagram: telee_04 Twitter: @_ErTele_