El problema final

El novelista español recupera el abandonado género de la novela-problema, muestra su ferviente admiración por Agatha Christie y Arthur Conan Doyle, retorna a la intriga que no desempolva desde ‘El club dumas’ y emprende un detectivesco viaje rumbo a los años sesenta

Quien más o quien menos ha visto a Sherlock Holmes fumar pipa alguna vez en su vida. Un personaje de su talante, profundamente atemporal, es una apuesta segura para cualquier proyecto cinematográfico; tanto que desde Robert Downey Jr. a Henry Cavill, pasando por Benedict Cumberbatch, muchos son los actores que (tan sólo recientemente) han encarnado ya al mítico y perspicaz detective londinense. Y muchas las novelas que, con mención o sin ella, han seguido la estela del completísimo personaje de Conan Doyle.

Y Arturo Pérez-Reverte no iba a ser menos: necesitaba, a su curiosa manera, redactar una historia basada en la resolución de un misterioso crimen; una novela de esas que sólo con la sinopsis a uno le entran ganas de prepararse un café, recostarse en su lugar de lectura y no cerrar el libro hasta que la luz de la luna sea insuficiente como para continuar fulminando capítulos.

Junio de 1960. Un temporal deja aislados a los nueve huéspedes alojados en el pequeño hotel local de la isla de Utakos, frente a Corfú. Lo que debería ser una apacible espera se convierte en un insospechado reto detectivesco cuando en el pabellón de la playa aparece ahorcada Edith Mander, una discreta turista inglesa. Todos los indicios apuntan a un suicidio, pero Hopalong Basil, un actor británico en decadencia que se hizo célebre por encarnar al personaje de Sherlock Holmes en el cine, sospecha que detrás de esa muerte hay un inteligente y meditado acto criminal. Alentado por la intuición, y aplicando los métodos que aprendió del legendario personaje de Arthur Conan Doyle, inicia una investigación para desentrañar la verdad. En un lugar donde nadie puede entrar y del que no es posible salir, todos se convertirán en sospechosos en esta trama que evoca el clásico enigma de la habitación cerrada.

Sinopsis de ‘El problema final’, la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte

Invocando a Sherlock Holmes en el cuerpo mortal de un actor británico que precisamente se encuentra en decadencia tras haber interpretado al personaje de Conan Doyle en algunas películas, Reverte logra en El problema final (Alfaguara) aunar en una sola novela los dos mundos que domina el detective de Londres: el cine y la literatura. Y todo ello aglutinado en una intrigante historia con aroma a tabaco, sospechosos, giros inesperados y una honda investigación hasta descubrir la verdadera causa de la muerte de Edith Mander. 328 páginas de enigmas y misterios.

Vaya, que Arturo Pérez-Reverte está empeñado en superar a sus más recientes novelas, El italiano y Revolución, que respectivamente han vendido 300.000 y 200.000 ejemplares, ahora con una obra que nace de sus entrañas y su profunda admiración por Basil Rathbone, el reconocido intérprete que entre 1939 y 1946 encarnó a Sherlock Holmes y boceteó su ya clásica apariencia: traje, lupa, sombrero y, sobre todo, pipa. De hecho, no es la primera vez que Reverte advierte de su palpable afición por el distintivo género que inauguró Conan Doyle:

Lo he dicho en varias ocasiones: considero que Sherlock Holmes y Watson son, con Don Quijote y con los tres (cuatro) mosqueteros, los personajes más grandes, fascinantes y originales de la literatura universal.

Reverte declara para la promoción de El problema final

Ubicada en Utakos, una pequeña isla de apenas un kilómetro cuadrado cerca de Corfú y con vistas a la costa de Albania, que aún conserva los restos de un bello fuerte veneciano, y en lo alto de una colina arbolada los vestigios de un antiguo templo griego, El problema final desarrollará su trama en el hotel de la zona donde, a causa del temporal, todos los personajes, potenciales sospechosos del asesinato de la turista inglesa, quedan atrapados. Allí serán testigos de las inesperadas dotes de Hopalong Basil como un inteligente investigador del crimen «frente a la moda impuesta por el cine americano y la novela negra».

Asimismo, el protagonista de la trama ahonda en una profunda reflexión sobre las novelas de detectives, propia de las mejores obras de metaficción. A través de los ojos de Hopalong Basil y los múltiples encuentros que mantendrá con Paco Foxá, un escritor español de novelas de kiosco, el libro añora los relatos de antes; esos que, pese a no ser tan modernos, innovadores y no pertenecer al género de la novela negra, nunca arrinconaron los enigmas elegantes de esta clase de historias.

La novela, publicada por la editorial Alfaguara, salió a la venta el pasado 5 de septiembre y está ya disponible en todas las librerías y macroempresas que, parcial o enteramente, se dedican al comercio de libros. El problema final tiene un precio unificado de 21,90€ en tapa dura y de 12,99€ en formato digital: sin descuentos, ese es el precio que el lector tendrá que abonar para inmiscuirse en un profundo y detectivesco viaje que, nacido de la pluma del académico de la RAE, promete convertirse en una de las novelas más ambiciosas de 2023.

En suma, Arturo Pérez-Reverte apostata de las modas para entregar a sus lectores una obra como las de siempre. De Sherlock Holmes, cigarros, un creído suicidio que finalmente se convertirá en asesinato con una gran sarta de sospechosos de toda calaña siendo investigados, un personaje que deberá usar su más audaz ingenio para resolver el crimen y una obra que pretende despertar la propia inteligencia del lector a fin de invitarle a resolver el crimen junto con el protagonista. Reverte solamente se deja influenciar por sí mismo, y por eso añade una nueva novela de intriga a su ya gigantesca obra literaria; una que comparte género con La tabla de Flandes y El club dumas y que pretende aprovechar el gran momento de inspiración que atraviesa el novelista español.

Por Raúl R. Méndez

Sigo creyendo que Jon Nieve debió haberse sentado en el Trono de Hierro. Fan de Hombres G, Taburete y la música pop española en general. Algunos dicen que me asemejo a Peter Parker, aunque juro y perjuro que Nueva York la he recorrido andando. Me enamoré del Atlético de Madrid cuando por primera vez pisé el Vicente Calderón en una gélida tarde de invierno. Y de Rafael Nadal en aquel primer Roland Garros que le vi ganar.