PSG Dortmund

Un PSG descafeinado y poco preciso en los metros finales, caído en la soberbia por su tifo burlesco en los minutos previos al encuentro, choca contra un inquebrantable muro dortmundés; Mbappé, incapaz de darle la primera orejona al Parque de los Príncipes antes de su probable marcha al Real Madrid

El fútbol son rendijas. Ni en sus mejores sueños Marco Reus podría haberse imaginado una final de Champions como último partido con la camiseta de su Borussia: un todo o nada; éxito o fracaso a cara de perro y a la espera de discernir este miércoles entre Bayern o el Rey de Copas.

Al combinado parisino no le ha servido el aura de la Torre Eiffel para remontar una eliminatoria que ya se les puso cuesta arriba tras el pinchazo en Dortmund la semana pasada. Los de Luis Enrique han brindado mucho jogo bonito, pero poco resultadismo. Es un fiel reflejo de que en este deporte gana quien sale favorecido por la balanza del global de una eliminatoria; y no quien muestra un juego más completo, vistoso o atractivo, plagado de florituras. Gana quien gana, y ni siquiera Mbappé u otras estrellas encarceladas han sido capaces de poner fin a ese fútbol férreo, corrosivo, modernamente cholista e inspirado en la mejor época del catenaccio italiano que ha ofrecido esta noche el conjunto alemán.

Tras una primera parte profundamente defensiva, de pocas ocurrencias en ataque por parte de ambos clubes, el PSG saltó de nuevo al césped mucho más motivado, con la intención de darle la vuelta a la tortilla en el menor tiempo posible; Warren Zaïre-Emery reventó un balón al poste —el primero de incontables— en el minuto cuarenta y siete.

Tres minutos más tarde se fraguaba la desgracia en París. En un saque de esquina preciso, medido con escuadra y cartabón por Julian Brandt en dirección al segundo palo, un imperial Matts Hummels demostraba que David puede vencer a Goliat.

Así fue como empezó la odisea para Luis Enrique en su noche más aciaga desde la de Marruecos con España. Al técnico español, pensativo y abatido, no le salió nada. Tampoco Marco Asensio tuvo el día ni Kang-in Lee fortuna en cuanto intentó. Se sucedían los largueros, los bailes de Ousmane en una baldosa, un casi penalti por escasos centímetros y Mbappé y su tarro de las esencias; salvo un primer gol a modo de salvavidas oxigénico, los franceses lograron hacer de todo.

Daniele Orsato fue quien utilizó el silbato que navajeó definitivamente los últimos resquicios de esperanza parisina. Cada parisien presente en el Parque de los Príncipes reflexionaba ya en soliloquio silencioso: Mbappé se irá, y no quedará nada más allá de lo que hubo en toda su historia: una vitrina europea fallida y el confeti cogiendo polvo y telarañas. Y para colmo tuvieron que aguantar, en su propia casa, cómo los futbolistas del Dortmund y los aficionados alemanes eran ya un mismo ente, indistinguibles los unos de los otros.

Por Raúl R. Méndez

Sigo creyendo que Jon Nieve debió haberse sentado en el Trono de Hierro. Y Kendall Roy en el despacho de CEO de Waystar Royco. Leo y escribo por estos lares. Ah, y creo en Dios desde que vi hacerle aquella remontada imposible a Rafael Nadal.

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