Ahsoka

‘Ahsoka’ logra resucitar el aroma a Star Wars, así como destapar el tarro de las esencias y los mejores aspectos de la saga de George Lucas, gracias a las rimas becquerianas del heredero al trono Dave Filoni

Lo que me reconcilia con Star Wars en esas ocasiones en las que siento que ha perdido su galáctica esencia, canalla como Han Solo, valiente cual ir aún al cine -sin esperar al streamingy trufada de una belleza que sólo pudo encarnar Carrie Fisher, es Dave Filoni.

Es él el único que ha entendido que Star Wars no es Marvel como para que Daisy Ridley chasquee los dedos cual Thanos de barra de bar, ni una historia de giros inesperados y resurrecciones como si Palpatine fuera el Jon Nieve de turno y Hoth, Invernalia de Juego de Tronos.

Porque Star Wars es otra cosa, una que Disney nunca comprendió o quiso comprender. Es una historia de amor pintada sobre un atardecer de Coruscant, cuando Anakin Skywalker, con una sola mirada clavada en los rascacielos de la capital de su galaxia, admitía que lo sentía pero que mayor era su amor por Padme Amidala que por la luz y los Jedi.

Ahsoka

Y en una batalla de sables láser larvada entre la lava de Mustafar, entre cuasi hermanos que nunca se quisieron enfrentar, se decía ahí más que con enésimas líneas de diálogo dignas de una película de Ford Coppola, de gánsteres y cigarrillo sobre el labio, pero que jamás fue ni será Star Wars; adalid del cine de ciencia ficción, que tras inventarlo el propio George Lucas hasta cualquier Ryan Johnson de turno se cree capaz de rehacer El Imperio Contraataca.

Pero Disney decidió inventar, concretamente una trilogía contraria a lo prometido. Tres películas burdas, olvidables como un mal filme de Netflix de usar y tirar, con las que a la pobre Ridley le han soterrado la carrera como actriz bajo los escombros de un argumento basado en ese animalesco afán de pensar: «¿Marvel lo hace? ¡Nosotros también!»; más propio de galanes de tranvía que de guionistas presuntamente expertos, luego impostados y especialistas en absolutamente nada. Y ello, claro, no funcionó (ni funcionará) porque Star Wars siempre fue algo más.

Y ese algo más es lo que precisamente Dave Filoni, caballero de los ajados aromas, ha rescatado con galones en Ahsoka. Sin importarle un ápice si lo que se lleva ahora es una película de Nolan, de tres horas y Cillian Murphy empecinado en querer ganar su primer Óscar, regala con su nueva serie un producto atemporal, ilusionante para todos los fans de la saga -hasta para los que toleran Los últimos Jedi– y probablemente, junto con El Mandaloriano, el mejor proyecto de Star Wars desde que La venganza de los Sith dejara patente que la poesía y la ciencia ficción son cierta y bellamente compatibles; sagrada unión cinematográfica encarnada no hace mucho por Ewan McGregor y Hayden Christensen. Filoni y su obstinado afán por destapar el tarro de las esencias…

Ahsoka o cómo resucitar las marchitas películas de samuráis en pleno 2023 (y de la mano de Chopper)

Dijo una vez George Lucas, creador de Star Wars y bautista del cine de ciencia ficción, que su saga era como la poesía, porque escenas muy distantes seguían la misma estética, y los colores, violáceos o carmesíes, rimaban con facilidad.

Ahora el que recoge la pluma becqueriana de Lucas es Filoni, el único que ha aprendido a rimar, así en la música como en la trama, entregando al público un pulquérrimo producto que saca a relucir la metáfora del Ying y el Yang, el bien y el mal, encarnados en dos maestros y dos aprendices enfrentados entre sí; héroes y villanos, eso que en el cine jamás ha dejado de funcionar.

Así, Filoni reluce en esta serie como director de varios capítulos y guionista de todos ellos. Ahsoka es su hija y la cuida con un mimo parental, casi decorando el proyecto con una asidua luz que desprende un inconfundible aroma a Star Wars, que no es otra cosa que múltiples batallas con sables de luz -de cierta lenteza que recuerda a aquellas viejas películas de samuráis de los setenta-, ajadas transiciones de PowerPoint, personajes complejos y esféricos de todos los colores y personalidades existentes, villanos tan carismáticos como enigmáticos y entrañables droides -Chopper- con retales de Golden Retriever.

Entonces, ya moteada la serie de poderosos recuerdos y salpimentada con esencia Star Wars, los personajes, a veces liderados por el propio droide de Rebels, se inmiscuyen en una trama persecutoria que enseguida suscita gran interés en el espectador, logrando Ahsoka ser, amén de una gran serie del universo Star Wars, una hercúlea sucesión de geniales episodios en general.

Su historia embelesa con celeridad, y aun careciendo de cierta rapidez en el desarrollo de sus propias propuestas, consigue uno conectar con el elenco electoral en su totalidad -la ucraniana Ivanna Sakhno es estupenda interpretando a la extrañísima y enigmática Shin Hati-, que goza de una poderosa química elemental, cual si se conocieran de toda la vida y hubieran cursado juntos la ESO y el Bachillerato y, por qué no, la universidad.

Asimismo, a ese cuadro ya digno del MOMA de Nueva York que es Ahsoka, se le suman algunos cameos esperados, como el de Hayden Christensen en la piel de Anakin Skywalker -quien cuando sale a uno le da un vuelco al corazón- o el jedi perdido Ezra Bridger; y otros insospechados, como el del androide C3PO, personaje que desde Una nueva esperanza tiene esa inconfundible voz que al oírla de nuevo se siente uno en el cielo de una galaxia muy, muy lejana o en cualquier cantina de Tatooine junto al mismísimo Luke Skywalker. A veces basta una sola, aguda y metálica voz para tamborilear sobre un corazón falto de la alegría que a veces supone un cálido reencuentro.

Y todo ello es posible porque Dave Filoni conoce mejor a los fans de Star Wars de lo que incluso ellos se conocen a sí mismos. Críticas sobre el fan service aparte, tener reunidos en una sola serie live action a Thrawn y Ahsoka Tano ilusiona porque es una prueba de mucha viveza de que la saga de la infancia de uno no se acaba en la crónica de su muerte anunciada, en cines y con J. J. Abrams sin vislumbrar solución al desastre que terminó siendo el Episodio VIII, sino que vive y aún goza de férrea salud y buen ver.

Al cabo, en lo que al combate y la acción se refiere, Ahsoka es una producción pulida en esa dirección. No es frenética como La venganza de los Sith, pero sus combates a espadazo medido gozan de una ineluctable belleza muy particular. Algo así como cuando The Batman dura tres horas y luego, en realidad, una vez paladeada, solamente una hora y media. Porque Ahsoka, así como la interpretación de Pattinson en la película de Matt Reeves, es lenta y cuidadosa en la grabación pero rápida en la ejecución, tanto que cuando quiere uno darse cuenta ha disfrutado de siete episodios miércoles tras miércoles, y en 2023, ajetreados todos en a saber qué, eso ya es mucho decir.

Y en cuestiones de mitología de su universo, especificaciones para los estudiosos de Star Wars, lo nuevo de Lucasfilm también acierta introduciendo por primera vez en la saga a dos Jedis oscuros, cuyo sable de luz naranja, a veces rozando el carmesí calabaza, impresiona y pergeña un inmediato futuro que indudablemente vira hacia la Antigua República; tiempo más noble donde la Orden Jedi era más que un simple ejército de soldados de armadura y espada, que guionistas de Star Wars como Charles Soule se encuentran novelizando en la editorial Planeta (Cómic).

Asimismo, su último episodio, que cierra con broche de oro una serie directa al corazón de los aficionados al universo Star Wars, no deja lugar a cavilaciones: Ahsoka es la obra maestra de Filoni, como Rimas, en su día, lo fue para Gustavo Adolfo Bécquer.

Ahsoka es una serie hecha por y para los fans de Star Wars, apta sólo para aquellos que han visto a Obi Wan triturar a Anakin Skywalker en Mustafar

Lo mejor, es decir, su trama trepidante y bien hilada, su gran elenco actoral, su poderosa y carismática amalgama de personajes o sus combates de elegancia Gucci, choca frontalmente con lo peor, o sea, su lentitud en ciertos puntos de la historia y su desmedida ambición por superar sus eminentes limitaciones de serie de ocho capítulos (y Dios Filoni dirá).

Puntuación: 4 de 5.

Por Raúl R. Méndez

Sigo creyendo que Jon Nieve debió haberse sentado en el Trono de Hierro. Fan de Hombres G, Taburete y la música pop española en general. Algunos dicen que me asemejo a Peter Parker, aunque juro y perjuro que Nueva York la he recorrido andando. Me enamoré del Atlético de Madrid cuando por primera vez pisé el Vicente Calderón en una gélida tarde de invierno. Y de Rafael Nadal en aquel primer Roland Garros que le vi ganar.