Imagen promocional de Oppehneimer.

El nuevo largometraje de Christopher Nolan, ‘Oppenheimer’, es una narración de una pieza clave de nuestra historia basada en la tercera ley de Newton: “Toda acción conlleva una reacción”

Prometeo fue aquel titán que decidió jugar a ser Dios al robar el fuego del Olimpo para dárselo a los humanos, y que, a manos de Zeus, pagó consecuencias fatales por ello – atado a una roca en un eterno calvario, y desencadenando, a través de la caja de Pandora, todos los males del mundo-. Es uno de esos mitos que ha sido sometidos a multiplicidad de interpretaciones y versiones, pero que siempre llega a la misma conclusión o moraleja: hay límites que no deben ser sobrepasados si se desean evitar consecuencias fatales.

‘Prometeo encadenado’ es una tragedia griega que ha inspirado historias inolvidables como, por ejemplo, la que radica en torno al personaje de Víctor Frankenstein (‘el moderno Prometeo’), el científico que jugó con las leyes naturales para dotar de vida a aquello que estaba muerto, y que tuvo que presenciar cómo su propio milagro se le volvió en su contra.

En la actualidad, este relato ha supuesto un pilar muy interesante sobre el que construir el filme sobre J. Robert Oppenheimer, el físico que inventó la bomba atómica y que, con ella, puso fin a la Segunda Guerra Mundial. Esto responde al hecho de que la inspiración para llevar a cabo dicho proyecto cinematográfico surge de ‘Prometeo americano’, la biografía de Oppenheimer que fue plasmada Kai Bird y Martin J. Sherwin y que enlaza ambas historias para demostrar cómo, una vez más, la realidad supera a la ficción.

Representaciones en el arte del mito de Prometeo. (Fuente: Super Curioso).
Representaciones en el arte del mito de Prometeo| Fuente: Super Curioso

Antes de entrar en materia, y sin salirnos aún de esta línea de disputas entre dioses y titanes, cabe resaltar que este 20 de julio hemos asistido al acontecimiento que ha sido acuñado en redes sociales como ‘Barbenheimer’. Y es que ha dado la casualidad de que las dos películas más esperadas del año, Oppenheimer (dirigida por Christopher Nolan) y Barbie (liderada por Greta Gerwig) se han estrenado en cines el mismo día, dando lugar a una rivalidad muy esperada entre dos grandes cineastas, así como entre dos gigantes de la producción cinematográfica estadounidense: Universal y Warner Bros.

Si bien ha sido una batalla campal cinematográfica sin precedentes (y que aún no sabemos cómo resultará en términos de taquilla), desde luego ha servido para incitar a la población mundial a acudir masivamente a las salas de cine, una forma de ocio que necesitaba revitalizarse. El mérito de esto corre a cargo, principalmente, de los usuarios de las redes sociales, aunque los directores y los actores de ambas producciones no se han quedado atrás, y han promovido que se fuese a ver ambos filmes el día de su estreno. Esto, junto a demás estrategias publicitarias que pasarán a la historia por su ingenio y originalidad han favorecido un ambiente de expectación y de competitividad sana y amable en las salas de exhibición.

Póster promocional de Barbenheimer. (Fuente: Xataka).
Póster promocional de ‘Barbenheimer’| Fuente: Xataka

Ahora bien, sin haber transcurrido aún el primer fin de semana de estreno, ¿qué podemos decir de Oppenheimer? Indudablemente, es una obra muy completa, compleja y con un valor incalculable; hacia la cual podemos realizar un acercamiento desde numerosos enfoques. Lo cierto es que el espectador no puede despegar los ojos de la pantalla, pues hay tantísimos elementos manteniéndole en vilo que le resulta impensable desviar su atención. La ausencia de una clara y marcada declaración de intenciones por parte del director favorece la existencia de una gran variedad de perspectivas que podemos adoptar como audiencia, y es así como Nolan, una vez más, ha hecho lo que se esperaba de él, nos regala una obra maestra que no deja a nadie indiferente, demostrando, una vez más, que únicamente compite contra sí mismo y la filmografía que le precede.

No es ninguna novedad que Christopher Nolan apueste por largometrajes de larga duración, pausados, que se tomen su tiempo para contar una buena historia. Sus películas responden, en parte, a esa frase que dice “sin prisa, pero sin pausa”. Un claro caso de esto es Oppenheimer, una película que dura tres horas, sí, pero unas tres horas necesarias para formar una idea firme y sólida sobre la complejidad de aquello que se nos está presentando. Al fin y al cabo, lo tiene todo: principalmente, es historia, una pieza clave de nuestra historia, pero no sólo es eso: es un conflicto bélico en el que vemos, a la vez, una historia de ambición científica que se mueve en términos muy técnicos; es tensión política y judicial; es un drama amoroso; es un conflicto interno; es una reflexión entre cuán delgada es la línea que separa la vida de la muerte… Es tan compleja como la vida misma.

Imagen promocional de Oppenheimer. (Fuente: Espinof).
Imagen promocional de Oppenheimer| Fuente: Espinof

El largometraje se construye siguiendo una atmósfera seria, un tono que se mantiene uniforme durante toda la película –la invención de un arma nuclear de destrucción masiva no es precisamente uno que incite a bromas– y, mientras que los hay quienes han criticado que la ausencia de escenas humorísticas y de jolgorio y borrachera supone una falta de rigor histórico a la hora de representar lo que fue el Proyecto Manhattan; también podría defenderse otra postura: igual apostar innecesariamente por aliviar la tensión en momentos puntuales podría perjudicar el suspense y la progresiva aproximación al clímax, restándole trascendencia a lo que verdaderamente se está contando.

Nolan recurre nuevamente a Cillian Murphy, el reconocido actor que saltó a la fama en su papel de Thomas Shelby en la serie Peaky Blinders, y con el que ha trabajado ya en varias ocasiones, para encarnar al físico nuclear J. Robert Oppenheimer. La interpretación de Murphy es soberbia, pues le aporta una profundidad psicológica al personaje inimaginable. Además, destaca el radical cambio en su apariencia, pues el actor ha atravesado unos meses de dietas insanas para perder peso y parecerse más él. Además, dentro de este reparto, encontramos a profesionales de nivel, como lo son Matt Damon, Emily Blunt, Robert Downey Jr., Florence Pugh y Rami Malek, entre otros. Una combinación tan variada como sorprendente en la cual todos ellos destacan, no se hacen sombra unos a otros –más bien se complementan de una manera tan natural y hermosa de ver que supone muchos más puntos a favor de esta película–.

Imagen del reparto de Oppenheimer promocionando la película. (Fuente: Siglo Coahuila).
Imagen del reparto de ‘Oppenheimer’ promocionando la película| Fuente: Siglo Coahuila

Oppenheimer nos propone reflexionar sobre la cuestión de los límites en todos los aspectos posibles. Acerca de las técnicas cinematográficas, destacamos la insistencia por parte de Nolan por reducir a niveles mínimos el uso del CGI (mas no por ello rehusando de los efectos especiales). Esta ambición por desafiar los límites del séptimo arte ha llevado a que, escenas como, por ejemplo, la de la Prueba Trinity, una explosión espectacular, se haya ‘llevado a cabo’ en la realidad con técnicas muy trabajadas y de las que aún no conocemos detalles. Así lo ha afirmado Nolan en entrevistas previas (evidentemente, no ha hecho uso de bombas atómicas, o eso queremos pensar).

Christopher Nolan grabando en el espacio en que recrearon el Proyecto Manhattan de Los Álamos. (Fuente: Cine PREMIERE).
Christopher Nolan grabando en el espacio donde recrearon el Proyecto Manhattan de Los Álamos| Fuente: Cine PREMIERE

A nivel de la diégesis, se discuten los límites de la física nuclear: ¿hasta dónde podríamos llegar? ¿Acaso hay barreras infranqueables en la ciencia? ¿Deberíamos querer llegar a ellas, independientemente del coste que pueda conllevar? Nolan se inspira en la vida y obra de J. Robert Oppenheimer para preguntarle a la audiencia: en el amor y en la guerra ¿todo vale? ¿Son el amor por la patria y la vocación por la ciencia medios que justifiquen arrasar con todas las fronteras con tal de asegurar la victoria en una guerra?

Depositando la respuesta a esta duda totalmente en manos de la reflexión individual, el director plasma, con gran acierto, cómo se cumple, inequívocamente, la tercera Ley de Newton: Toda acción conlleva una reacción. No hay acto sin consecuencia, y, en lo relativo a todo lo que rodea la invención de la bomba atómica, hay repercusiones que amenazan por todos los flancos. El mundo tal y como se conocía hasta entonces ha dado un vuelco, se han sobrepasado límites insospechados para el ser humano, y el futuro se vuelve incierto. A nivel interno, las consecuencias se manifiestan en la conciencia del responsable de este invento, quien, en una de las escenas de la película, le confiesa al presidente Harry Truman (interpretado por Gary Oldman), que siente que tiene las manos manchadas de sangre tras los bombardeos en Hiroshima y Nagasaki.

Esta secuencia nos traslada a otro aspecto importante que ofrece la película: la cuestión de la perspectiva. Cuando Oppenheimer se expone de esa manera ante Truman, éste le responde, llanamente, que quien pasará a la historia por lanzar las bombas sobre Japón será él, y no el físico.

La película, ante todo, narra los hechos desde la perspectiva de Oppenheimer, nos muestra cómo vivió toda aquella etapa, como sus incipientes remordimientos poco a poco se fueron apoderando de él. Sin embargo, el director añade su toque personal y decide fragmentar la perspectiva de la película en dos partes. Aquellas secuencias en color responden a cómo vivió el protagonista los hechos que se relatan, mientras que, cada vez que el blanco y el negro dominan la pantalla (aprovechando ese matiz de documento histórico que se le suele atribuir), asistimos a una reproducción más objetiva y fidedigna de cómo transcurrieron algunos acontecimientos.

Secuencia en blanco y negro sobre el escarnio político de Oppenheimer. (Fuente: 20 Minutos).
Secuencia en blanco y negro sobre el escarnio político de ‘Oppenheimer’| Fuente: 20 Minutos

Podemos determinar que hay un punto de vista dominante que marca las pautas y los focos de atención –mientras todo el gobierno estadounidense está pendiente de si el doctor Oppenheimer es simpatizante con los comunistas soviéticos–, Oppenheimer sufre en su conciencia el ‘problema real’ que se debería estar discutiendo, y es aquel que duda entre si toda la operación por lanzar la bomba atómica ha sido o no inmoral; y, sobre todo, si ha sido o no una majadería que traerá terribles repercusiones. La relatividad de los puntos de vista es un tema que guía el transcurso del largometraje en todo momento, enriqueciendo, de tal manera, la obra en su conjunto.

Es cierto que a la película se le puede extraer una pega o dos (tampoco muchas más). La forma de narración apuesta por una distribución cronológica de las escenas que es, por un lado, estimulante a la hora de generar suspense y expectación; y, por otro, confusa, ya que, hasta bien llegado el final, queda un poco en el aire dónde se sitúan históricamente algunas de ellas: si antes de la bomba, o después de ella. Estas ambigüedades como técnica cinematográfica hacen de Oppenheimer la prueba que necesitábamos para confirmar que, efectivamente, la obsesión de Christopher Nolan por explorar las dimensiones del tiempo y cómo manejarlas tampoco conoce límites.

Ya lo dijo el director en su día: “Oppenheimer es una película que hay que ver en el cine para disfrutarla en su máximo esplendor”; y también, cabe decir, para conocer de primera mano cómo es sentir que los altavoces van a pegar un reventón en el momento menos pensado.

Reiterando sobre lo expuesto, nos encontramos ante una obra de arte impactante, que sorprende tanto por lo que vemos, como por lo que hay detrás. Es una reivindicación del inestimable valor del cine para contar historias y para hacernos aprender de la nuestra propia, que nunca viene mal. Es una invitación a la reflexión, al cuestionamiento de la sociedad en la que vivimos.

En definitiva, la película es un retrato que enmarca la tragedia que supone para el ser humano soportar la carga del libre albedrío sobre su espalda, afrontando un futuro incierto con la presencia permanente de un pasado tortuoso. Y es que Oppenheimer no es devorado incansablemente por un águila, como ocurre con Prometeo, sino que es su propia conciencia la que se lo come por dentro, sin dejar migas.

Cillian Murphy en la piel de J. Robert Oppehneimer. (Fuente: 20 Minutos).
Cillian Murphy en la piel de J. Robert Oppenheimer| Fuente: 20 Minutos