Dentro de un ciclo de conferencias sobre el sentido de la filosofía frente a las nuevas tecnologías, las expectativas que se abren para seguir manteniendo y desarrollando un pensamiento profundo y crítico no encuentran hueco en una sociedad dominada por lo tecnológico.

A pesar de ser un miércoles vespertino, a las siete de la tarde, con una temperatura cercana a los treinta grados, el salón de actos donde hace aparición José Ignacio Galparsoro, doctor en filosofía por la UPV (universidad del país vasco) se encuentra a rebosar; también, todo hay que decirlo, la media de edad es de 50 para arriba. Se respira la necesidad de escuchar qué tipo de futuro le espera a la filosofía, sobre todo para quienes creemos que es una función vital en el desarrollo humano. Un desarrollo que ha creado la lectoescritura, de instauración relativamente reciente si tenemos en cuenta la edad del mundo. Tan importante porque no existe ningún código genético, dentro del ser humano, que advirtiese de su aparición; es decir, que ni estaba ni se le esperaba, pero el cerebro la desarrolló.

José Ignacio Galparsoro

En primer término señala que el pensamiento nace desde la capacidad de atención, la profundidad y la creatividad humana empleadas en el trabajo neuronal, donde se desarrollan los diferentes circuitos que establecen las sinapsis (las transferencias de información que permiten que la señal nerviosa se propague). Los datos de los últimos estudios a nivel neurológico, muestran las grandes tendencias a la baja, en términos de atención, creación y profundidad, que se han encontrado en los grupos conocidos como nativos digitales.

Este decrecimiento viene provocado por la gran cantidad de estímulos que se reciben a través de los dispositivos digitales. Estímulos superficiales, variados y breves donde sólo se persigue el entretenimiento y la distracción omnipresente. Una cultura que se está acostumbrando a textos cortos y sin análisis críticos. Ponía como ejemplo que las nuevas generaciones ya no tienen facultad de seguir un partido de fútbol (deporte rey donde los haya) de 90 minutos por la incapacidad de fijar la atención durante un tiempo, para ellos, tan prolongado. Por eso está creciendo su alternativa digital: la Kings League, donde los tiempos son más cortos y el contenido más variado.

Al desarrollar el tipo de relación que los humanos tenemos con las máquinas, apunta Galparsoro, es beneficioso siempre y cuando no sustituya lo esencialmente humano. Por ejemplo una Roomba, facilita la vida, pero no impide el pensamiento. El gigante Google, reconoce que su manera de tratar el cerebro humano es el de equipararlo con un ordenador. Y que su fin último es que no exista posibilidad de diferenciar entre una inteligencia artificial de una humana. Esta analogía es perjudicial en lo humano, pues lo limita a lo científicamente exacto, sin error alguno, pero también sin expansión.

Además, el mercado de las grandes corporaciones ha conseguido que la humanidad entera se adapte a lo digital, y no al revés: que lo digital se adapte a nosotros. De ese modo hace indispensable en la vida de cualquier persona la conexión a Internet para realizar cualquier gestión: gubernamental, bancaria, comercial… Lejos de ofrecer más alternativas, los gobiernos impulsan a los rezagados con cursos y talleres a incorporarse de manera obligatoria a este sistema digital que, por otra parte ya es imparable. De nuevo recalca que el papel de los avances tecnológicos, no son ni buenos ni malos en sí mismos, sino que las conexiones neurológicas son alteradas y están bajando su rendimiento. La tecnología no deja indemne el cerebro; la lectoescritura, por ejemplo, afina el pensamiento. Y la digitalización afecta muy negativamente a la capacidad memorística.

En un ejercicio de cinismo puro en Silicon Valley, los hijos de los trabajadores tienen escuelas privadas donde NO usan ordenadores en clase. NO tienen un móvil hasta los 14 años y tablets a partir de los 16. Y cuando acceden a ello, siempre con limitación de horario de uso.

Las nuevas generaciones han desarrollado una gran capacidad de labores muy rápidas, diversas y son multitareas, pero siempre desde la superficialidad de un criterio marcado desde el mercado, quien obtiene trabajadores muy productivos que no se saldrán del pensamiento marcado por la empresa para la que trabajen. La falta de pensamiento profundo redunda en la salud mental y la regulación de las emociones de unos jóvenes que no saben poner nombre a lo que sienten. La ansiedad en los adolescentes, así como los problemas con los trastornos alimenticios, se ha disparado en los últimos años. Y sí, lo más conveniente sería parar y reflexionar sobre todo esto, pero quizá un nuevo estímulo distraiga la atención y aparque esa emoción que quedará alojada en algún rincón apartado del cerebro.

Por Lou Prieto

Bilbaíno, con diptongo (es lo que hay). Superviviente ya desde un hostil útero materno. Convertido en periodista y en un súper hombre Nietzschiano. Una vez acabe este viaje vital de reconocimiento en la tierra, volveré a las estrellas.