El nuevo documental de Movistar Plus+, 100 años de José Luís López-Vázquez, estará disponible en la plataforma desde el jueves 17 de noviembre

“Si el precio de la sabiduría es la vejez, prefiero ser imbécil”. Así de categórico se mostró siempre José Luis López Vázquez; un hombre que podía permitirse, por abundancia, fingir desinterés por su propio intelecto.

Nació en Madrid en el año 1922 en una familia muy humilde, compuesta por él y su abandonada madre y su tío, en función de padre, que pasaban por penurias económicas; tantas que tuvo que dejar de estudiar a los 12 años. A partir de ahí empieza una carrera de buscarse la vida entre los cercanos. Lo más a mano eran teatros y cines donde podía sacarse algo de dinero rotulando, cosiendo; haciendo todo tipo de labores y es ahí donde va conociendo los entresijos de su futura carrera.

Le queda grabado de su niñez que tiene que trabajar y eso es lo que hace sin descanso. No en vano cuenta con 262 películas. Hubo incluso un año en el que llegó a trabajar hasta en once. ¡Y eso compaginándolo con el teatro! Recuerdn los compañeros que mientras rodaban la película, se preparaba el guion de la siguiente. Por eso, y nunca con mejor criterio, le otorgaron la medalla al mérito en el trabajo en 1997.

Es culto, de inteligencia superdotada, ingenioso y de humor ágil. Más bien tímido y reservado y amante del dinero. Confesó ser católico con la esperanza de que, a su muerte, el más allá le compense de las amarguras de esta vida; como para no llorar.  Para él, que huía del artificio de la gloria y la fama, ser actor es un trabajo al que dedica su vida y lo asume como si fuera un obrero que tiene que hacer horas extras para poder sacar más rédito. Era genuinamente lo que representaba: un tipo normal que se movía en autobús o metro y por eso conectaba con el público. Hizo química actoral con Gracita Morales en los 60 y 70; reinaban en la comedia y en la taquilla. Forqué le dirigió en “Atraco a las tres” y dijo de él que “tenía cara de pobre”.

La gente iba al cine a ver a Vázquez y directamente se reía. Le pasó con su primera película dramática, Peppermint frappé de Carlos Saura, hasta que el público empezó a sospechar que aquello era un dramón. Su carácter obsesivo, meticuloso, le llevaba a hacer anotaciones en los guiones para poder preparar sus personajes con exactitud, para, a veces, desesperación de Azcona, entre otros, quien llegó a decir que las acotaciones de Vázquez eran más largas que el propio guion en sí. Trabajó el papel de Adela de Mi querida señorita, de Jaime de Armiñán, su favorito, desayunando en los bares caracterizado como mujer. Supo que consiguió lo que buscaba cuando el camarero le preguntó: ¿Qué va a tomar la señora? La película fue nominada al Óscar y fue allí donde lo reclamaron los todopoderosos hollywoodienses Cucor, Wilder o Capra; aunque Vázquez dijese no, por el inglés. Por La Cabina de Mercero, recibió el Fotograma de plata y la película un Emmy.

Dice José Sacristán, narrador del documental y compañero en muchas películas, que ya “En todos a la cárcel” en 1993 de Berlanga, no era la misma figura. Apagado y con poca fuerza no pudo construir esos personajes a los que nos tenía acostumbrados. Se quedó ciego y sordo en la última etapa de su vida y aun así le dio tiempo a recibir un Goya de honor en 2004 y hacer su último trabajo “Y tú, ¿quién eres?”, en 2007, una película sobre el Alzheimer. Que para la eternidad quede un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo, un genial actor.

Por Lou Prieto

Bilbaíno, con diptongo (es lo que hay). Superviviente ya desde un hostil útero materno. Convertido en periodista y en un súper hombre Nietzschiano. Una vez acabe este viaje vital de reconocimiento en la tierra, volveré a las estrellas.