Esta semana os traemos los orígenes de Alfredo Landa, uno de los grandes actores del cine español del siglo XX y que supo mantenerse ya entrado los años 2000.

Hijo de un capitán de la Guardia Civil, nació el 3 de marzo del 1933 en Pamplona, aunque en la adolescencia debido a un cambio de destino de su padre, creció en San Sebastián.

Mientras estudiaba Derecho fundo el Teatro Español Universitario (TEU) con Iñaki, Alberto y Paco Aróstegui. Estuvo en esta formación seis años, interpretando múltiples obras de teatro. Con esta misma formación también realizo teatro clásico, con el que gano el Premio Nacional de interpretación en Madrid.

Tras la muerte de su padre, como hijo único, fue lo que le hizo decantarse por el teatro profesional trasladándose a vivir a Madrid para lograr su objetivo.

En octubre del 1958, llego a la capital de la mano de Modesto Higueras, director del Teatro Nacional de Cámara, que se había interesado en el como actor. Ángel María Baltanás, actor de doblaje, fue el que le animo a trabajar en ese sector.

Su primer trabajo consistió en doblar la voz de Richard Widmark con la frase “Escucha: conocí a una mujer en este bar hace seis meses y un día. Yo le rogué que cantara. Lo hizo y su canción me enterneció”. La prueba fue un éxito y Alfredo Landa, alegando que su meta era la interpretación en el cine, pidió que en su contrato figurara una cláusula que pudiera anular el compromiso en cualquier momento y por ambas partes, cosa que le fue concedida.

Durante cuatro años siguió doblando películas, aunque en los dos últimos empezó ya ha trabajar en algunas películas y obras de teatro. Su estreno en el mundo cinematográfico, fue el 29 de mayo del 1961 con “La Felicidad no lleva impuesto de lujo” de Juan José Alonso Millán.

A partir de ese momento, hizo numerosas obras de teatro clásico, Lope de Vega y Calderón, con Ninette y un señor de Murcia, de Miura, en cabeza. En 1977, tras la comedia musical Yo quiero a mi mujer, abandonó los escenarios para dedicarse por entero al cine, aunque también intervinó en varias series para televisión, medio para el que ya había interpretado pequeños papeles en buen número de películas que van desde El puente de la paz, El verdugo, La niña de luto, a Las Leandras.

Se encasilló en papeles cómicos hasta el punto de crear un nuevo género cinematográfico, el landismo, consistía en la apresurada entrada del macho ibérico en la modernidad europea, con su luz y su lubricidad, que normalmente había que ir a buscar a los cines de Perpiñán, tras muchos largos años de noche franquista. Lo hacía además, a través del recurso esperpéntico de que el susodicho hombre español, tirando a ser poca cosa, se viera deformado en un espejo cóncavo. Básicamente, el landismo estaba formado por señores rechonchos vestidos con camiseta imperio y calzoncillos abanderados que fantaseaban con la vecina del quinto o con una sueca de tour veraniego por Torremolinos. Esta actitud se refleja en sus películas: Pero, ¿en qué país vivimos?, No somos de piedra, ¿Por qué te engaña tu marido?, No desearás al vecino del quinto, El reprimido, etc.

Sin embargo, Alfredo Landa poseía una vena artístico-dramática que le fue reconocida internacionalmente en destacados trabajos, como en El puente y El crack, si bien fue su interpretación de Paco el Bajo en Los santos inocentes, el papel con el que le concederían en 1984 el Premio de Interpretación del Festival de Cannes, compartido con Francisco Rabal, y también el Premio de la Asociación de Cronistas de Espectáculos de Nueva York (Premio ACE). En 1995, ganó otro Premio ACE como mejor actor de la película El rey del río.

En España, también ha sumado numerosos premios como mejor voz masculina en los Goya del 1987 con la película El Bosque animado, logrando este mismo premio en 1992 con La Marrana, aunque fue candidato a conseguirlo siete veces más.

A los sesenta y cuatro años, en el Festival de Cine Español de Málaga del 2007, anunciaba su retirada profesional. Ese mismo año, la Academia de las Artes y Ciencias cinematográficas de España le concedió el Goya honorifico por su carrera, y se sumaba a la Unión de actores y Circulo de escritores cinematográficos que le homenajearon con varios premios por su carrera artística.

Aunque seguía haciendo apariciones estelares en Televisión, cine y eventos, en 2009, se vio forzado a dejar la vida publica a consecuencia de un ictus y desarrollar Alzheimer.

En 2013, fallecía en Madrid, dejando a sus tres hijos, ninguno a seguido sus pasos en la interpretación, por lo que Alfredo Landa, nada más habrá que uno. Un actor que tantas risas ha sacado a varias generaciones fue, es y será, historia de nuestra cultura reciente.

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