Alfonso Casas

Rosa de Alfonso Casas no es un cómic cualquiera, pues nos invita a mirar al duelo de frente, con el corazón abierto y sin filtros, como solo un artista con la valentía de enfrentarse a su propio dolor podría hacerlo.

A través de 152 páginas, Casas nos lleva de la mano por el proceso más doloroso de todos: la pérdida de su madre. Y lo hace de una forma tan personal, tan cruda, pero también tan honesta, que no podemos evitar sentirnos identificados con su historia, aunque no hayamos vivido la misma experiencia.

En Rosa, todo comienza con una verdad irrefutable: «Solo hay dos cosas ciertas en la vida. La primera, que todos tenemos una madre. La segunda, que todos vamos a morir». Y a partir de ahí, Casas no solo narra la enfermedad de su madre, sino su propio viaje. Es un relato de lucha, de rabia, de incertidumbre, pero también de amor y, sobre todo, de aprendizaje. Aprender a vivir con la ausencia, aprender a dejar ir, aprender a mirar al dolor y no rendirse ante él.

Lo que más impacta de este cómic no es solo la sinceridad con la que el autor pone sobre la mesa sus sentimientos, sino la forma en que transforma esa vulnerabilidad en algo profundamente humano y relatable. Porque el duelo es algo a lo que todos, tarde o temprano, nos enfrentamos. Las dudas de no haber sido un buen hijo, la culpa de haber vivido lejos, el remordimiento de no haber aprovechado más el tiempo, el miedo a no ser capaz de sostener a quienes amamos. Todos esos monstruos cobran vida en sus ilustraciones, pero no lo hacen de una forma aterradora. Al contrario, Casas les da un rostro casi amable, como si al dibujarlos pudiera hacerlos menos intimidantes.

En su proceso de duelo, el autor se sirve del dibujo como una herramienta para comprender la vida, pero también la muerte. Y es aquí donde el cómic se convierte en un acto de sanación. Casas se enfrenta a sus propios monstruos, a esos recuerdos dolorosos, y los dibuja. No lo hace para huir del dolor, sino para abrazarlo y darle forma. «Si dibujar me ayudaba a entender la vida, quizás también podría ayudarme a entender esto», escribe, y es esa reflexión la que da sentido al libro. El dibujo no solo es su forma de expresarse, sino su manera de encontrar consuelo.

Desde la rabia de la negación, pasando por la tristeza, hasta llegar a la aceptación, el cómic nos muestra todas las fases del duelo, sin adornos ni tabúes. Casas, de alguna manera, nos invita a compartir su dolor, como si al hacerlo, ese dolor fuera un poco más ligero. «No es un libro triste», asegura. Y es cierto. A pesar de que la pérdida de su madre está presente en cada página, lo que realmente predomina en Rosa es el amor: el amor que se queda después de la partida, el amor que no se acaba nunca, el amor que se transforma.

Al final, Rosa es un testimonio de cómo, incluso en los momentos más oscuros, se puede encontrar una forma de seguir adelante. Es un libro sobre la memoria, sobre cómo la ausencia no es solo un vacío, sino también una forma de presencia. Y, lo más importante, es un recordatorio de que no estamos solos en nuestro dolor, de que compartirlo, hablar de él, nos conecta y nos sostiene.

Alfonso Casas nos deja con una importante reflexión: recordar también es una forma de amar. Y esa es la verdadera lección de Rosa: el amor nunca se va, solo cambia de forma.

Por María Peinado Lafuente

Periodista. Puedes leerme también a través de mis redes sociales. Instagram y Twitter: maria_peinado22

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