A menos de un mes para el estreno de ‘Romancero’ en Amazon Prime Video, en 22 minutos con ya hemos podido disfrutar de los seis capítulos de lo nuevo de Fernando Navarro y Tomás Peña, un par de escritores ungidos en poesía lorquiana, literatura gótica, cómics y relatos de fantasmas
Romancero quiere ser española y no la dejan. Se empeña y obstina y no sabe qué le falta para lograrlo. Tiene un indiscutible aspecto carpetovetónico que recuerda al mejor cine de nuestro país, pongámosle Contratiempo, pero a veces parece una serie sacada de las entrañas de cualquier suburbio cinematográfico de Hollywood. Tiene encuadres de una bellísima factura, indiscutiblemente manados de España, y otros de sobresaturada inspiración estadounidense. Contrastes agridulces de principio a fin, así en la trama como en la fotografía -que no es poca cosa-.
Sea como fuere, su propuesta es llamativa, despierta en el espectador una sensación de angustia en las escenas más viscerales y cruentas e induce, prácticamente desde el primer capítulo, curiosidad por vislumbrar qué ocurrirá a continuación. Ello no es precisamente sencillo -se lo he visto hacer a pocas series con tanta facilidad-, y menos aún en los tiempos que corren, que si el catálogo de las enésimas plataformas de streaming disponibles se queda corto, saca uno TikTok y se entretiene una hora viendo a un desconocido despachar Nueva York de Wall Street a Harlem pasando por Times Square.

Pero Romancero tiene algo. Al menos los suficientes galones como para retener al espectador y alejarlo del enésimo vídeo neoyorquino del día. Se estrenará el próximo 3 de noviembre en Amazon Prime Video y la gente la verá, bien por su selecto elenco actoral -que cuenta con Guillermo Toledo, Belén Cuesta, Ricardo Gómez y la participación especial de Alba Flores- o por su arriesgada aunque funcional propuesta de combinar lo sobrenatural y el pavor en una época en la que a la cinematografía no le sienta bien el terror sino las películas de superhéroes y los rijosos productos romántico-juveniles.
Sasha Cócola, por ejemplo, se gusta como Jordán: se merienda el papel, aunque su eminente defecto quizá sea la pronunciación, pues tiene una dicción muy andaluza -bella por ende- y moteada de angustia para la interpretación de su personaje, pero a veces cuesta entenderle; rompiendo así con cierta regularidad la magia del cine, que no es otra cosa que alejarse de la realidad sin romper nunca la onírica desconexión que supone desenmascarar una historia con los sentidos de la vista y el oído, apagando por momentos todos los demás.
Toledo, asimismo, está espléndido y rutilante. Su interpretación derrocha personalidad, y es ahí donde denota su bagaje y experiencia como actor de mil batallas e historias narradas a golpe de claqueta. Se viste de investigador de crímenes en la Guardia Civil y de ahí no escapa; se empecina en encantar al espectador y lo consigue, aunque solamente sea porque se trate de una cara extremadamente conocida entre una selva de nuevos, juveniles y prometedores rostros con los que familiarizarse. No sería la serie lo mismo sin su presencia, pues se trata de una de las columnas corintias que sostiene el templo griego que es Romancero.

Aunque quien probablemente se acabe robando la serie es la galardonada con el Goya Belén Cuesta, de quien ya conocíamos sus excelentes dotes como actriz de mil expresiones faciales y suponíamos ducha en el complicado arte cinematográfico que es que los ojos cuadren con el sentimiento pretendido desde el guion. De Cuesta lo único que se echa en falta es que aparezca más minutos en pantalla.
Sin embargo, con la propia Belén compite Alba Flores, cuya actuación inefable no cabe en líneas ni párrafos. Quienes hemos visto su estupendo papel en La Casa de Papel sabemos de lo que hablamos. Prime Video juega tramposamente con ventaja al incluir una actriz de su talante, pues basta enfocarla en un plano la mar de desenfocado para que su carismática estética sume puntos a esta crítica.
En cuanto a la trama, cuanto se puede decir de ella es que se le sube a uno a las barbas. Es rebelde, genera curiosidad e incita, casi provoca. Induce, vaya, al espectador a pulsar la ventana emergente que dice «siguiente episodio». Y lo hace con una facilidad pasmosa.
Su narrativa se enfrasca en una historia almeriense, del sur de España más rural y cañí, donde se aúnan en un solo cóctel de seis capítulos temas tan variopintos como la venganza, la redención, la violencia o el amor. La sinopsis oficial describe detalladamente el argumento de Romancero:
Cornelia (Matic) es una niña a la que han robado la infancia. Jordán (Cócola) no es un niño, ni tampoco un hombre. Son dos jóvenes desamparados que escapan de las fuerzas de la ley, de poderosas criaturas sobrenaturales y de sí mismos. Romancero es la historia de esta huida, de los perseguidos y los perseguidores, enmarcada en una Andalucía desértica y cruel, tan real como mítica, durante una noche de pesadilla plagada de demonios, brujas y bebedores de sangre.
Sinopsis oficial de Romancero (disponible el próximo 3 de noviembre en Amazon Prime Video)

El problema más evidente es que se estanca solamente en eso, en generar curiosidad, entretener y amén, olvidándose por completo de hilvanar una historia digna de volverse a ver o de permanecer en el recuerdo de quienes la vieron antes de que Prime Video estrene la próxima miniserie al mes siguiente.
Es ése y no otro el mayor problema de los metrajes de seis capítulos, todos ellos de unos treinta minutos: que no dejan lugar a momentos memorables ni a personajes para la posteridad. Y en esta deriva se encuentran las plataformas de streaming, empecinadas en ajetrear lo menos posible al personal.
Para 2030 las series durarán medio capítulo de quince minutos, e incluso Los Simpson tampoco sobrevivirán a este mortecino clima de nueva ola que versa de estar paladeando una serie que, de antemano, avisa que durará lo que tarda uno en leer el periódico, columna de opinión deportiva incluida.
Asimismo, otro de sus grandes defectos, al menos uno de los más palpables, visibles a simple vista, es la estructura narrativa del metraje. Su ambición por contar una historia que sucede en una sola noche la obliga a jugar entre la introspección y la retrospección, volviéndose por partes dificultosa de entender. Necesitaría Romancero una dosis de cronológica sencillez para apagar sus ígneos vaivenes de querer jugar con el tiempo, el pasado y el presente, y no saber cómo hacerlo con certeza.

Es Romancero una serie de contrastes, de altibajos, ya lo avisaba en el titular de este artículo. Llama la atención, pero naufraga en la orilla, embelesa aunque lo justo y promete tanto que a ella misma le cuesta estar a la altura de sus propias propuestas. Y cuando quiere uno darse cuenta, sanseacabó. Créditos finales y a otra cosa en mitad del domingo: a ver otra película, reproducir la serie de cuatro temporadas que se estaba viendo, reabrir el libro en lectura o sintonizar la jornada de fútbol dominical.
¿Merece Romancero la pena? Sí, rotundamente; aunque sea únicamente para darle una oportunidad al producto made in España, pues que Prime Video haya puesto el foco en nuestro país ya es razón suficiente como para reproducirla en cuestión de un mes. Pero sólo se puede disfrutar a jornada completa si el espectador traga con las miniseries y no pertenece a ese selecto club de cinéfilos esnob que adora los proyectos de nunca acabar con los que enamorarse una larga temporada, cual Juego de Tronos, The Crown, Peaky Blinders, Breaking Bad o similares. Hic est.