La FIFA otorga el emplazamiento del Mundial 2030 a la candidatura de España-Portugal-Marruecos. Los partidos inaugurales se jugarán en Argentina, Paraguay y Uruguay. Será la primera vez en la historia que la Copa del Mundo se lleve a cabo en tres continentes.
Poderoso caballero es don Dinero. Gianni Infantino, cabeza del podrido monopolio que es la FIFA, se humilla de nuevo ante los falsos encantos del oro al dar el sí a uno de los mayores esperpentos deportivos de la historia. El de 2030 será un mundial desprovisto de la identidad que viene asociada al torneo desde su creación en 1930: los participantes dejarán de ser un selecto grupo conformado por las mejores selecciones del globo. En su lugar, se dará paso a un ejército de hasta 48 equipos repartidos en 12 grupos, que se jugarán un pastel que se repartirá entre 3 continentes y 6 naciones. La fiesta del fútbol se diluirá en el empache de un calendario eterno de partidos solapados, dentro de una competición prostituida por ese caballero ante el que Quevedo se postró siglos atrás.
A nadie se le escapa que la FIFA ha inventado quimeras corruptas para exprimir a su particular gallina de los huevos de oro a lo largo de toda su existencia. Ya en 1934, Jules Rimet cedió ante la presión del fascismo y le otorgó el mundial a la Italia de Mussolini (mundial que por supuesto ganó la Italia de Mussolini). Algo parecido ocurrió en 1966, cuando Inglaterra, gracias a un fallo arbitral a su favor, ganó el mundial disputado en su territorio. Esto aconteció bajo el yugo del inglés Stanley Rous, presidente de la FIFA del momento. Sin embargo, el verdadero circo comenzó con João Havelange, que al tomar posesión del cargo de presidente de la FIFA en mayo de 1974 (tras unas elecciones corruptas) anunció las palabras premonitorias que oxidarían la belleza del fútbol para siempre: –Yo he venido a vender un producto llamado fútbol.

Se quedó corto. No solo vendió el fútbol, sino que vendió a los fanáticos, a la memoria, a la pasión y hasta su alma para conseguir esa miseria tan particular que solo otorga el dinero. Havelange, de quien decía Eduardo Galeano que “gobierna más países que las Naciones Unidas, viaja más que el Papa y tiene más condecoraciones que cualquier héroe de guerra”, supo juntarse rápido con Josef Blatter, otro tecnócrata de la avaricia. Juntos le cedieron el fútbol a la sombra de la justicia a ISL Marketing, empresa que pertenece a los herederos de Joseph Dassler, fundador de Adidas, mientras a estos últimos les otorgaba un trono en el que sentarse.
Fue Havelange el que le concedió la Copa del Mundo de 1978 a la Argentina de Videla, en donde los partidos se jugaban a metros de campos de concentración. Con él, los mundiales pasaron de 16 participantes en 1974 a 32 en 1998, el último año en el que estuvo a los mandos de la FIFA. Murió en 2016 con cien años de soledad opulenta y ni un solo día en la cárcel. Le sustituyó Blatter que dejó el cargo tras ser imputado por corrupción. El último de esta deshonrosa lista es Infantino, quien ha sabido ser un digno sucesor al vender la competición al mejor postor sin importar la tradición futbolística o el corte del régimen comprador.

A pesar de su ilustre historial, la hedionda máquina de capital que es la FIFA siempre encuentra la forma de reinventarse y superarse. El Mundial de 2030 celebrará los cien años de la competición con un espectáculo despojado de identidad y criticado hasta por los más adeptos. La fiesta del fútbol quedará empañada por un penoso organismo que abarca todo el poder y estrangulada entre las manos del poderoso caballero don Dinero, que acapara la dudosa gloria de ser el único afortunado ante el que la FIFA siempre se habrá de humillar.