“Soy feminista porque las mujeres han sufrido mucho, porque tengo dos dedos de frente para entender que se quiere la igualdad, porque lo he elegido y porque soy un buen tío”. De esta forma comienza ‘MACHO: Crónicas de identidad perdida’, dirigida por Belén Santa-Olalla y protagonizada por Gari Lariz.

¿Qué significa ser macho? Eso es lo que cuestiona el personaje de Gari Lariz. Este no es más que la representación de la trasformación de machos en la sociedad; no tiene un nombre, pues es el mismo macho, que tú, querido lector, has conocido. La obra nos adentra en la odisea de la construcción de la identidad masculina desde la niñez, pasando por la adolescencia y terminando en la vida adulta. Gari Lariz posee las cualidades para representar a un niño, al que amas, que emociona y quiso ser; a un adolescente, esperanzado, que genera desconfianza y no quiso ser; y a un macho, repulsivo, que atrapa en el terror, y que la sociedad, llena de machos, le ha obligado a ser porque le han enseñado “como ha sido siempre, con un corazón fuerte y sin poder llorar”.

El niño que solo busca jugar con el pollito, regalo de su madre, no puede porque la sociedad se lo niega, porque eso es antimacho. El adolescente con ganas de aprender; aprende rápido a escupir y a imitar el porno noventero, el descodificado, el que usa la cabeza en el sur y la vagina en el norte, el de la sangre, el que la sociedad comparte. El adolescente puede descubrir que el corazón anda entre el norte y el sur, pero la sociedad le recuerda que, si eres solo uno, van a por ti. Te puedes escapar: “no follaré”, “casos aislados”, “denuncias falsas”, “lenguaje inclusivo“. El macho reconoce al macho en la ojeada, así lo marca la complicidad de género, es el pacto de machos. El macho deriva a la versión sexual de Elliot Rodger, al que graba, al del yo primero y al que reconoce el triunfo de una violación. El macho niega hacer, pero afirma que “para una vuelta, cualquier bici es buena”. El macho sustenta al macho, es un tumor que se extiende y causa “cáncer de macho”. El macho pisa sucio y acaba con sangre en las manos, no unas cualquiera, manos de plomo.

Con una impecable escena deshumanizadora, Gari Lariz trasmite un espectáculo valiente, duro a la vista y corrosivo en el alma. Sobre tacones rojos, que no lejanos, y traje impoluto, ofrece la voz que quiere ser porque sabe la que no. Un canto al que deben abstenerse los ofendidos del abstracto y en cuyo estribillo resuena que faltan hombres y sobran machos, un himno que pide nuevas masculinidades porque “la revolución será feminista o no será”; un homenaje a las 1191 mujeres asesinadas desde el 2003 a manos de 1191 hombres que se creyeron muy machos. Eso es “MACHO: Crónicas de identidad perdida”.

Por Clemen Solana

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