Fulham, imagen del Gran Londres: residencia en el ilustre distrito de Hammersmith, que nace al norte del Támesis. Tierras de pantanos escondidos entre pretéritos bosques frondosos. Llanos asfaltos las cubren hoy. Tierra deficiente en oro y plata del suelo, pero no en tesoros, pues fue en un tiempo tierra de batallas, de botines, glorias y héroes, cuyos gritos de victoria permanecen en forma de susurros. Fuera también tierra de bárbaros, incorregibles e inmensos hombres de pelo claro venidos de alguna parte del norte. Es esa la tierra de la que emerge un nombre: Fulham, labrador cicatrizado por una vida de andares erráticos. Desde 1896, año del señor, custodia el Támesis y todo el paraje que le rodea. Su uniforme, una inconfundible elástica blanca y negra, es conocido y respetado en los 47 condados anglosajones por su tradición y perpetua condición de humildad. No existen los aires de grandeza en ese segmento del meridiano de Greenwich.

Hoy, tras saborear las mieles del barro de las últimas estaciones, este geronto ha aparecido en la Premier League para reclamar un puesto que nunca le perteneció. Se ve enzarzado en luchas contra opulentos adversarios por el derecho a estampar su nombre en el viejo continente. Reclaman su derecho a la gloria y por ella están peleando. Este es el Fulham y esta es su historia.

El estadio

Hacia 1894 empieza la construcción de Craven Cottage, hogar del Fulham. Se dice que el lugar fue en otros tiempos el coto de caza de Ana Bolena, exmonarca de Inglaterra. El arquitecto un renombrado edificador venido de un vientre escocés, criado (y sepultado) en Glasgow. Respondía al nombre de Archibald Leitch. En sus inicios, podía albergar a algo más de 200 ingleses, siempre que estos fueran católicos, por supuesto. Los tabloides de la época afirmaban que el estadio llegó a costar quince mil libras, suma que superó todos los registros de la época.

En 1906 se disputó el primer partido de la historia del feudo cottager, un Fulham-Minerva. Ese fue el comienzo de más de 119 años de historia ininterrumpida. Craven Cottage ha ido adornándose con marcadores eléctricos, estatuas en las puertas y asientos en las gradas, pero no ha perdido su esencia. Si todos los grandes del fútbol inglés presumen de haber pasado por ahí es porque sus vigas y sus gradas han sabido luchar y perdurar con elegancia al paso de los partidos, el tiempo e incluso las guerras mundiales. Aún no ha perdido el atractivo, es más, lo es más que nunca. El distinguido hogar del Fulham es, según las historias del bajo Londres, el estadio con más gracia de Inglaterra, bien lo sabe el propietario.

El escudo

Numerosos son los símbolos que ha portado el equipo. Entre ellos cuentan los libros, que hubo escudos de armas, espadas y barcos. Los años iban pasando y así lo hacían los logos también. Impredecibles diseños se agolpaban en el pecho del equipo sin el gusto de ser el definitivo. Un feliz día, en conmemoración por su regreso a la categoría reina, una propuesta se alzó sobre las demás. El emblema del decoro del club se dejó llevar por la sencillez: una franja blanca entre dos negras puestas sobre un pentágono de suaves esquinas que mira hacia abajo. Las siglas del combinado en el centro, en rojo, caen hacia abajo como gotas de sangre. Las siglas FFC, Fulham Football Club, nunca se han permitido el dudable lujo de la indiferencia entre las filas rivales.

El killer

Su extraño y rasgado acento al hablar inglés le delatan, Aleksandar Mitrović viene del salvaje Este. Criado en el contexto de la Guerra de los Balcanes, entre balones y balas supo aprender a disparar mejor que nadie. Su voluminosa estatura de espalda ancha revela el rinoceronte que es en el campo: su fuerza en la estampida es casi irrebatible. Peligro perenne en el área rival, este serbio lleva en su cuenta 11 dianas en lo que va de curso, más que cualquier otro jugador del Fulham. La gloria que le adjudica ser el estandarte del equipo está justificada por su condición de goleador: su lealtad a la red no pasa desapercibida en Craven Cottage. Los mozos de Fulham le copian hasta el modo de escupir y los católicos ya le consideran casi santo.

Bien se ha ganado el apodo de “killer”. Hay quien lo compara con Billy el Niño por su rapidez para disparar y lo letal de sus tiros. Billy el Niño dejó 21 muertes a la justicia de los hombres— <<sin contar mejicanos>>, según Borges. En cambio, Mitrović, vestido con la equipación cottager, lleva en su haber 106 ajusticiamientos en forma de gol —<< sin contar mejicanos>>.

Afeitado y engominado le volveremos a ver cada domingo, exhibiendo su poderío, enseñando sus garras y liderando al equipo dentro del terreno de juego. En las gradas, hombres, mujeres y niños se agolparán para verle bajo el cielo nublado de Londres y cantar en estado de éxtasis sus goles. Se oye en todo Londres una voz al unísono que festeja sus goles y que lucha por llevarle en volandas a Europa tanto tiempo después.

“El desierto veteado de metales, árido y reluciente. El casi niño que al morir a los veintiún años debía a la justicia de los hombres veintiuna muertes — <<sin contar mejicanos>>.

Jorge Luis Borges, El asesino desinteresado Bill Harrigan

El final

Fulham acaudillando gradas que sueñan coronarlo, Fulham coronado por las gradas que soñaba acaudillar. No es fácil prever el fin de este cuento: mañana el conjunto cottager, desconocedor feliz de la gloria, volverá a los terrenos de juego para luchar una vez más. No traicionará su estadio, no faltará su escudo delante del corazón y no fallará Mitrović en la punta. Este es el Fulham y esta ha sido su historia… aún por escribir.

Por telee04

Aspirante a comentarista. Fútbol champagne por bandera. "Non ridere, non lugere neque detestari, sed intelligere" Instagram: telee_04 Twitter: @_ErTele_