Simone Biles ha abandonado los Juegos Olímpicos en los que defendía los 4 oros conseguidos hace 5 años en Río de Janeiro. Y no lo hace por lesión, ni por descalificación, ni por un escándalo de dopaje: lo hace para cuidar su salud mental.

Una de las mejores atletas de la historia abandona la cita más grande a la que puede aspirar un deportista de élite porque no está bien; y no está bien por la ansiedad, por el estrés y, en definitiva, porque su cabeza no está bien. Siempre hemos entendido el deporte de élite como una de las mayores formas de éxito que puede alcanzar el ser humano; tenemos asimilado que la verdadera gloria está al final de ese camino. Se asemeja a cuando se consigue un éxito laboral rotundo: nada importa más. La megalomanía imperante en una sociedad marcada por el status socioeconómico es la que determina quién eres y cuán arriba estás del escalafón. Y poca gente hay más arriba de un deportista de élite.

Nos hemos acostumbrado a vivir con estrés y, en ocasiones, bajo una presión desmedida. Hace tiempo que dejamos de vivir buscando la felicidad y empezamos a hacerlo para buscar el reconocimiento a través de un éxito que, muchas veces, resulta artificial. Al deportista de élite lo vemos como un titán mitológico, seres con una capacidad de sacrificio, entrega y disciplina sobrehumanas. Los Juegos Olímpicos son el escaparate donde todos nos asombramos y vemos a nuestros coetáneos perseguir el límite de sus cuerpos y, aunque a veces se nos olvide, de sus mentes. En una sociedad desprovista de cualquier tipo de escrúpulos, con un capitalismo salvaje de fondo permanente, el éxito lo consigue quién está dispuesto a renunciar a más cosas. Un disparate, ¿verdad? El deportista de élite lleva su cabeza y su cuerpo al límite para ser el mejor, pero otras personas lo hacen para llegar a fin de mes, para criar a sus hijos o conseguir una formación académica que le abra las puertas del ascensor social. Estamos viviendo en la sociedad con más problemas de salud mental de la historia reciente. Quizás ayude que va dejando de ser un tabú, quizás no ayude que esa misma sociedad sea una jungla llena de pirañas hambrientas y almas podridas.

Biles ha reavivado un debate que va creciendo de manera exponencial, prácticamente igual que los intentos de suicidios en jóvenes o los diagnósticos de depresión. Ella es la punta del iceberg de una sociedad enfermiza. Además, fue víctima de abusos sexuales por el que era seleccionador estadounidense de gimnasia. Hay algo de patriarcado en el trato de la salud mental. Hasta hace poco, mostrar debilidad en este aspecto era considerado de persona débiles e incluso afeminadas, puesto que la sociedad patriarcal siempre ha relacionado estos comportamientos con la mujer. Esto es lamentable. La Federación de EE.UU. de gimnasia tampoco ha ayudado: le tiene preparada una gira al equipo con más de 20 fechas en pabellones y estadios con Biles de estrella principal. ¿Cuál es el fin de esto? Pues, obviamente, ganar dinero a costa de la salud mental y física de ellas. Pero, para ellos, para los que mandan, ¿quiénes son ellas, sino meros objetos?

Capitalismo, patriarcado, extremismos, pobreza; en definitiva, el cóctel perfecto para que la mente explote. La ansiedad forma parte de un alto porcentaje de los seres humanos, sobre todo en los estratos más desarrollados, y la depresión es una sombra constante. Resulta paradójico que todavía nos sorprenda conocer casos de estas enfermedades (porque sí, son enfermedades) en la gente exitosa; como si ellos estuvieran a salvo de las vicisitudes de la vida. Quizás, y solo quizás, el camino al éxito, en ocasiones, también sea el camino a la peor ruina: la emocional. En otras, vemos deportistas de élite y gente poderosa e influyente que aparentan estar saludables y saber compaginar todas las facetas de su vida. Y más cuando somos una sociedad que no sabe lidiar con el fracaso. Lo que sí que tenemos que aprender es a normalizar los problemas de salud mental, porque tal y como está estructurado el mundo, van a seguir creciendo y van a formar parte de nuestro día a día. Nadie es menos, ni más débil, ni menos hombre, ni menos mujer, por tener problemas de salud mental. Y ni mucho menos está loco o es un pusilánime por poner medidas contra eso; hay que dejar de estigmatizar algo tan simple -y bueno- como buscar tratamiento psicológico.

Simone Biles, Naomi Osaka, Álex Abrines, Michael Phelps, Tom Dumoulin, Andrés Iniesta, Paula Badosa, Kevin Love, Rafa Muñoz y un sinfín de nombres de deportistas de élite de todas las edades y de todas las disciplinas son la cara visible de un problema que afecta a la sociedad desde sus entrañas. La fama prematura, la exposición a los medios y redes sociales, la presión de entrenadores y federaciones, la autoexigencia desmedida y otras cuantas cosas más los hacen proclives a sentirse rotos cuando, en verdad, se encuentran en una situación privilegiada. Imaginad cuando la presión no es por ganar una medalla olímpica sino por pagar las facturas o darle de comer a tu hijo. O cuando no sabes si al día siguiente te despedirán, o cuando la persona con la que compartes tu vida te maltrata o abusa de ti. La podredumbre de los valores éticos y morales han convertido a la sociedad en una máquina de triturar almas y mentes. Se palpa el miedo, se huele la ansiedad, se clava el dolor. Tantas miradas perdidas, tanto estómago vacío, tantas cuentas llenas, tantas almas vacías… La vida misma se escapa de tantas almas buenas por el simple hecho de que necesitan ayuda y nadie sabe o quiere dársela.

Una sociedad avanzada debe luchar contra esta gran pandemia. Por frenar la estigmatización de la psicología y la psiquiatría. Por ayudar a todos los que lo necesitan. Por frenar la automedicación por desesperación. Por sacar del pozo a tantísima gente. Por escuchar a quien necesita ser escuchado. Por ser capaz de experimentar la paz. Por acabar con el insomnio por ansiedad. Por frenar las consecuencias fisiológicas de la mala salud mental. Quiero no tener miedo a decir “me pasa esto”. Quiero que no me miren como a un loco. Quiero ser libre aunque tenga ansiedad. Quiero tener derecho a estar mal. Quiero tener derecho a estar triste. Quiero que no haya estigmas. Quiero sentirme protegido. Quiero que me ayuden. Quiero salud mental. Quiero vivir.

En una competición feroz por el reconocimiento y el éxito, se nos ha olvidado por el camino ser felices.

NO ESTÁS LOCO. NO ESTÁS LOCA. NO ESTÁS SOLO. NO ESTÁS SOLA. NO ERES DÉBIL. SOLO NECESITAS AYUDA.

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