No todos los días se gana un Emmy, y no todos los actores del mundo pueden aspirar a uno. Mucho menos a hacer historia convirtiéndose por primera vez en candidatos en una categoría hasta entonces indómita. Oriol Pla ha conseguido todas estas cosas en una competencia copada por pesos pesados de la interpretación. Su actuación en la serie de Disney+, ‘Yo, adicto’, inspirada en la novela homónima de Javier Giner, convierte al actor en el primer español en recibir el galardón, un hito que marcará un antes y un después en su carrera profesional.
Destaca, en el perfil de un artista joven y famoso, la capacidad de mantenerse discreto y fiel a sí mismo en un mundo que avanza a toda pastilla y no deja un minuto para pensar. Nadie habla de su vida privada porque no se puede; y poco, o nada, se sabe de él en redes porque no las tiene. Ha decidido declararse independiente del ruido, moviéndose con completa naturalidad por la interpretación —serie, cine, teatro— como quien sigue una vocación que es casi un árbol genealógico: todo a una: hermana, padre, madre.
Lo poco que se conoce de él llega por entrevistas. Es la viva imagen de David Bowie adaptado a la dramaturgia —¿quién sabe algo de la vida de David Jones? ¿Y quién es ese, pensarán?—, pero en vez de música y emociones, crea emociones e imágenes. Y, aun así, misterio es poder, y poder es conquista.
Aquí va una prueba: un Emmy internacional a Mejor Actor; Nueva York, 24 de noviembre. Oriol Pla pone sobre la mesa un manual involuntario: «Cómo un famoso desconocido con cero seguidores en sus inexistentes redes sociales hace enmudecer al mundo llevándose un reconocimiento que hasta entonces nadie en su país había ganado». Como título sería excesivo, quizá convendría dejarlo en Habemus talento: ganar sin ser socialité haciendo todo el ruido del mundo (literalmente). Siguen sobrando palabras, pero ya no se pueden quitar.
Entre bombos y platillos: de los pasacalles y el teatro familiar a la fama internacional
«De tal palo, tal astilla», suele decirse. Y, en este caso, la astilla de oro resultó ser Oriol Pla. Hijo de un director de teatro independiente y de una violinista y actriz, tuvo la gran fortuna de ver desde dentro el cosmos de la interpretación: desde los coloridos pasacalles que recorrían distintas localidades rurales de su Barcelona natal, hasta pequeñas piezas de comedia en las que él mismo terminaría encontrando un hueco.
Creció en una furgoneta, viajando junto a sus padres y su hermana, una vida nada acomodada, transitando las calles de bolo en bolo, de actuación en actuación, de espectáculo en espectáculo, poco podía imaginar de la carrera a que su pasión lo lanzaría. Allí aprendió la improvisación, la creación sin par; improvisación aprendida en el seno de la familia y otros tantos senderos; la escuela de una vida en la carretera, en escenarios tan diferentes, sin posibilidad a acrecentar raíces.
Cuatro maderas y un papel, donde interpreta, por primera vez, a un payaso de circo: sujetando unos platillos, con una cajita de cartón pintado, haciendo música y encandilando al público. En un alarde de inocente experimentación ya brillaba su talento precoz para el mundillo. Ese Oriol pequeño y distante es el mismo que ahora deslumbra las cabeceras de los diarios con una conquista que ha dejado a todo un país mudo de asombro.
Su propia experiencia le ha llevado a convertirse en una figura de referencia en la educación teatral. En una entrevista concedida en 2017 a la ONG Artistas Intérpretes, Sociedad de Gestión (AISGE), con motivo de su papel protagónico en la obra Ragazzo —en la que dio vida a su propio abuelo, Quimet Pla—, compartió con el público, que aún no sabía quién era este jovencísimo Oriol, su sabiduría sobre el mundo del teatro: «Es exponer la vida y analizarla, y eso es trabajo terapéutico», explicaba a la asociación.
Para Oriol Pla, el teatro siempre ha sido una segunda piel. Incluso después de degustar la mágica técnica y el lenguaje propios de la televisión y el cine —cada uno de ellos cajas de idiomas diversos—, este universo obliga a un veterano dramaturgo a reaprender un lenguaje que ya creía sabido. Heredero de la industria teatral y sin abandonar del todo su arte original, ha viajado hacia la gran y la pequeña pantalla hasta hacerse un hueco en el palmarés internacional, ante los ojos de la opinión internacional.

A la edad de 14 años —y, como muestra un botón, recordemos que leyendas como Carrie Fisher, también hija de actores veteranos como Pla, se estrenaron en la industria a los 18—, aparecería en el cortometraje de Carles Velat Angelat, Un mundo numérico.
Un año después, en 2008, se le vio por primera vez en pantalla en la telenovela de nueve temporadas El cor de la ciutat (El color de la ciudad). Muy al estilo de las producciones costumbristas del país, como Cuéntame, dio vida a Juli en la última etapa de la serie; y, pese a tratarse de un papel secundario, ya consiguió demostrar que el talento no solo nace, sino que también se hace, en su caso con una mezcla de encanto y dote teatral que venía mamando desde el momento en que llegó al mundo.
Otros hitos se sucedieron durante una trayectoria precoz, repleta de actuaciones y logros que nunca obviaron sus orígenes en el teatro, ni su capacidad para encarnar el peligro, el encanto, la fortaleza y la solidaridad a partes iguales: diferentes rostros en momentos diversos de su carrera.
Entre esos trabajos figuran Año de Gracia (2011, Ventura Pons), Animals (2012, Marçal Forés), Todos los caminos de Dios (2014, Gemma Ferraté), Truman (2015, Cesc Gay), Ebro, de la cuna a la batalla (2016, Román Parrado), Petra (2018, Jaime Rosales) y en la varias veces premiada Salve María (2024, Mar Coll), entre otras producciones.
Oriol Pla ha sido desde muy pronto reconocido y laureado en varios ámbitos del cine y de la televisión. Fue galardonado en 2018 con un Gaudí por su interpretación en Incerta glòria (que, en el caso de Pla, no fue tan incierta, pero sí mucha). Ese mismo año también recibió un Ondas por su aparición en la serie de Movistar+ El día de mañana, producción de tono histórico-romántico que atestigua el don de voces que esgrime el actor catalán, capaz de interpretar a un marginado social, a un adicto, a un padre de familia o a un tierno amante.
En 2019, siguió aumentando su medallero repitiendo Gaudí con Petra.

Uno de los papeles más reconocibles para las nuevas generaciones en el terreno de la televisión en streaming, quizá sea el de Óscar Rubio, hermano del protagonista Pol Rubio (Carlos Cuevas) en la emocionalmente arrolladora Merlí. Aprovecho para recomendarla a todas las personas jóvenes, sobre todo si están atrapados en esos nubosos momentos en que la vida pierde sentido o se vuelve demasiado complicada.
Y en esto podríamos seguir citando películas y series, algunas con mayor eco y otras con menor alcance, todas ellas parte de un marco ornamentado con distintos relieves, construido en diferentes momentos de una historia. Del marco sale el tapiz, y del tapiz, la imagen: nacimiento en las calles de los pueblos de Barcelona, paso por la pequeña pantalla, la gran pantalla, premios, reconocimientos, éxito de crítica para llegar —haciendo todo el ruido del mundo— a los Emmy con nada menos que el primer reconocimiento a Mejor Actor otorgado a un español. Los hechos hablan por sí mismos, ¿no?
‘Yo, adicto’: Oriol Pla, alter ego de Javier Giner
Javier Giner, que comenzara sus andanzas en el mundo del cine como joven asistente de Pedro Almodóvar, contó en 2021 su historia de adicción a las drogas en Yo, adicto: Un relato personal de dependencia y reconciliación.
En 2024, Giner —cuya historia daría mucho que contar y que, quizá, si se hiciese aquí, nos dejaría con una pieza demasiado larga— adaptó su vivencia personal y su dramático periplo contra el consumo de estupefacientes a la pequeña pantalla. Para ello, y porque escoger a la persona que te encarnará a ti mismo no es fácil, acabó confiando en el talento de Oriol Pla para interpretar su alter ego seriegráfico.

Aquello fue una apuesta que se le devolvió con intereses. Giner va a la mina buscando plata y encuentra oro.
Con una mezcla entre fuerza, extravagancia controlada y la capacidad de captar la atención cada vez que habla, las vueltas y revueltas de una cabeza atormentada por el abuso de sustancias, Oriol Pla se sumerge en uno de los papeles más carismáticos, llamativos, extravagantes, ingeniosos y, a la par, más atormentados por la oscuridad que haya interpretado en sus años de carrera.
El poder de tomar diferentes rostros, captar matices diversos y atrapar cada cara y expresión sin que parezca que se está haciendo es su forma de actuar en cada minuto de pantalla y en la mínima actuación, los claroscuros.
También es un servicio hecho a la sociedad, dando voz a uno de los problemas más acuciantes de nuestro tiempo: las adicciones. Oriol Pla vio el Feroz, y el mundo del cine asiente con aprobación una vez más…
… Y asiente de nuevo. Viendo esta desenvoltura, esta línea de crecimiento y evolución de un chavalín que comenzó viajando de pueblo en pueblo, encarnando a payasos divertidos y deleitando a un público cada vez mayor, viajando a barca y remo en distintos rumbos, no es de extrañar que se convierta en el primer aspirante español al Emmy en la categoría a Mejor Actor.
Hitos como estos son pocos: Pla, al ganar este premio, no solo está aumentando su lista de trofeos; en la práctica, demuestra —y esta vez ante el mundo entero— que el talento no es solo hacer ruido. El talento se cultiva, se aprende, se bebe, se equivoca y avanza. El talento no es musa estática ni divina: es trabajo sucio hecho de la forma más limpia posible. No está exento de errores y desaciertos, pero el camino nunca es —y no debe ser— una llanura.
Queda mucho por ver: el camino de Oriol no ha hecho más que empezar. Aún es un actor joven y, si ha hecho esto con 32 años, ¿qué no hará cuando llegue a los 50?
Lo que sí queda de relieve es que, de todos los barcos que van y vienen en el movido mundo de la actuación en España, nadie querrá bajarse ya de este.