Cada persona lleva sus ritmos y sus tiempos. Supongo que es algo que cada uno asume como un proceso propio, íntimo incluso. Para muchos, el verano no comienza el día 21 de junio, tal y como indica el calendario; sino en esa mañana de domingo en la que deciden que hace el suficiente calor para guardar la ropa de invierno.
A veces es la noche de San Juan el punto de inflexión, con esa carrera hacia el mar para mojar los pies cuando el reloj marca las doce. Lo mismo ocurre con la Navidad, hay quien solo empieza a sentirla cuando escucha en la radio a los niños de San Ildefonso recitar los premios de la lotería del 22 de diciembre. Lo dicho, cada cual sabe cuándo es el momento.
La primavera de este año, 2023, comenzó oficialmente el 20 de marzo. No obstante, para muchos, no fue hasta oír en directo los primeros acordes de la guitarra de James Keogh, más conocido como Vance Joy, cuando sentimos que daba comienzo la nueva estación.
Y es que, siendo sinceros, el sonido de Vance Joy recuerda a la primavera, a flores brotando un año más, a los nuevos comienzos, a esos primeros rayos de sol dándote en la cara tras un gélido invierno… Es alegría, esperanza, tranquilidad. En realidad, su esencia es indescriptible. Sus melodías son, indudablemente, pegadizas y, de algún modo, conforman la banda sonora de muchos de nuestros momentos más felices.
Lo que logró el artista australiano el pasado jueves, 20 de abril, en la sala madrileña La Riviera, es algo con lo que muchos del mundillo solo sueñan. No le hicieron falta espectáculos de luces, ni puestas en escena curradísimas (de hecho, no había puesta en escena) para poner a bailar a 2000 personas durante dos horas. Demostró, de esta forma, que es un cantante que consigue impresionar sin la necesidad de montar un increíble show. Tan sólo estaban él, su guitarra, y algunos acompañantes a cargo de otros instrumentos, aunque no en todas las canciones.

El concierto en la Riviera pertenece a la gira mundial de Vance Joy para promocionar su nuevo disco: In Our Own Sweet Time. El lugar escogido fue el idóneo a la hora de generar un ambiente cercano e íntimo, uno en el que Keogh pudiese hablar con su público de tú a tú, sin que su voz se perdiese en el espacio.
Se decantó por Missing Piece, el tema por excelencia de su álbum más reciente, para empezar a lo grande. Así, sin anestesia, y sin previas introducciones. Fue al acabar la canción cuando pronunció un sonoro “¿QUÉ TAL, MADRID?”, el cual recibió una gran ovación como respuesta. El artista se mostró inmensamente feliz y agradecido ante toda la gente que había ido a verle, y que además le habían hecho colgar el cartel de SOLD OUT.
Sin duda, Vance Joy tenía pensado el concierto al detalle. Aprovechó la ocasión para rememorar los mayores éxitos de su carrera, tales como Georgia, Fire and the Flood, Mess is Mine; todas ellas intercaladas inteligentemente en la setlist que había diseñado. Además, no sólo tenía claro qué iba a tocar, sino que sabía perfectamente cómo hacerlo. Cada vez que acababa una canción, dedicaba unos tres segundos a cambiar una guitarra por otra, en función de cual sintiese que le funcionaba mejor para la canción que iba a cantar a continuación.
Este dato es importante, ya que hubo un par de ocasiones en las que se decantó por un ukelele en vez de una de las guitarras, y, en todas ellas, la audiencia contenía el aliento, ya que adivinaban rápidamente cuál podía ser la siguiente. Ocurrió así con Saturday Sun, que tuvo a toda la sala cantando a pleno pulmón; y con Riptide. Riptide…
Qué decir de Riptide más allá de que, personalmente, fue el momento más mágico que he vivido en un concierto en toda mi vida. El propio Vance Joy se la dejó para ser la antepenúltima de la noche, y fue al hacerse mano del ukelele cuando cogió el micrófono y la anunció, riendo: “Creo que esta os la sabéis”.

El artista hizo alusión varias veces a que llevaba un tiempo sin actuar en España pero que, a pesar de eso, traía para los asistentes una canción muy especial que había compuesto como parte de In Our Own Sweet Time, una que recibe el nombre de Catalonia y que está dedicada a la tierra catalana y a lo mucho que le ha gustado el tiempo que ha pasado en ella. Como no podía ser de otra forma, es una melodía alegre y vivaz. Y es que, pese a llevar una década en la industria musical, Vance Joy, ante todo, se mantiene fiel a sí mismo y a su estilo, tan reconocible e inigualable.
El clima en la Riviera era festivo, a la vez que risueño. La gente estaba feliz de estar allí, y justo cuando estábamos llegando al final, y nada más terminar Riptide, Vance Joy aprovechó la euforia del público para interpretar una cover que nadie se esperaba, un increíble tributo a ABBA, con su mítica Gimme! Gimme! Gimme! (A Man After Midnight), en la que volcó toda su energía.
En definitiva, fue el final perfecto para un día soleado, y, para muchos, la manera perfecta de introducirse en un nuevo comienzo, al ritmo de los acordes de una guitarra.
