Joachim Trier lo ha vuelto a hacer. Tras el éxito de 2021 con La peor persona del mundo, el director noruego presenta en la gran pantalla la que probablemente sea una de las mejores películas del 2025.
Como nos tiene acostumbrados en sus obras anteriores, esta película explora la vulnerabilidad de las relaciones humanas, pero da un paso adelante al adoptar un enfoque más intimista y maduro, confirmándose como uno de los directores más ingeniosos del cine europeo contemporáneo.
Sentimental Value no es una película más sobre hacer cine; es un retrato del pasado, la memoria, la culpa, la identidad y la reconciliación, que en ocasiones dialoga incluso con la obra del mismísimo Ingmar Bergman.
El filme relata la historia de reconciliación familiar entre dos hermanas y su padre. Nora, la mayor, interpretada por una espectacular Renate Reinsve, es una consagrada actriz de teatro, víctima de traumas pasados que sufre ataques de pánico antes de actuar. Aunque aparentemente fuerte, a lo largo de la película veremos despojarse de capas, dejando al descubierto el dolor contenido tras varios años de lucha constante con su pasado.
Por su parte, Inga Ibsdotter Lilleaas encarna a Agner, la hermana pequeña, que funciona como un perfecto contrapunto. Aunque aparenta llevar una vida normal, con una familia estable y un trabajo como historiadora, a medida que avanza la película se nos permite conocer mejor a este personaje, hasta que en un momento íntimo le confiesa a su hermana como se siente realmente.
Así, Joachim Trier presenta a dos personajes opuestos y perfectamente construidos que permiten al espectador observar y sentir las distintas formas en que se puede experimentar el duelo.

Por su parte, Stellan Skarsgård interpreta a Gustav, un director de cine egoísta que regresa a la casa donde creció y donde vivió durante un tiempo con su mujer y sus hijas.
El fallecimiento de su esposa lo obliga a enfrentarse a los recuerdos que habitan entre esas paredes, así como a la inexistente relación que mantiene con sus dos hijas, a las que abandonó hace algunos años. Estas lo reciben, aunque no precisamente con los brazos abiertos, especialmente Nora, cuyos recuerdos de la infancia la persiguen.
Con la intención de reconciliarse con Nora, Gustav le ofrece un papel en su nueva película, pero ella lo rechaza sin dudar. Aquí es donde aparece Rachel Kemp, una exitosa actriz interpretada por Elle Fanning, a quien Gustav finalmente otorga el papel.


Rachel funciona como un catalizador emocional en la relación entre Gustav y Nora, interpretando un papel que abandona no solo por la complejidad emocional que requiere, sino porque no es la persona adecuada para interpretarlo.
Joachim Trier deja claro desde el principio que la casa no es un mero escenario donde suceden los hechos, sino un personaje más. En ella, recuerdos que se intentan olvidar y emociones reprimidas durante mucho tiempo buscan la manera de liberarse y salir a la luz.
Así, la casa funciona casi como un espacio de redención, ejerciendo un poder panóptico sobre quienes una vez la habitaron y que ahora vuelven, obligados a enfrentarse a los recuerdos que habían tratado de enterrar.
En los primeros minutos de metraje, se muestra cada rincón de una forma enigmática y elegante, cautivando la atención del espectador mediante planos con una composición magistral.
Aunque es lo primero que muestra la película, una profunda sensación de atracción por lo que esconde la casa invade al espectador, invitándolo a entrar y descubrir lo que está por venir. Es casi un magnetismo incontrolable que no deja otra opción que dejarse llevar por los pasillos y recovecos que, posteriormente, adquirirán un valor sentimental.

Así, el filme plantea una pregunta clara: ¿el arte cura o destruye lo que ya estaba roto?
El artista expresa con su arte lo que las palabras no pueden, y esto es precisamente lo que Joachim Trier trata de mostrar en la película: una constante falta de comunicación verbal que, sin embargo, se materializa en un guion que un padre escribe para su hija, a quien en el pasado hizo mucho daño.
La película es un estudio memorable de las relaciones humanas, tanto intrapersonales como interpersonales, abordadas con pasión, honestidad y un humor que hizo reír a toda una sala de cine.
En última instancia, Sentimental Value no es realmente una película sobre reconciliación, sino sobre el arte como forma de entendimiento, sobre el valor de lo efímero y la reconstrucción de un yo condicionado por el pasado, que logra redimirse de los recuerdos de los que ha tratado de huir durante tanto tiempo.
A quien no haya tenido la oportunidad de verla, le recomiendo encarecidamente que lo haga; puede que incluso la película adquiera en sí misma un valor sentimental para muchos.